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domingo, 7 de septiembre de 2008

LECTURAS AL SOL (III) - Con permiso...


Mi intención era cerrar la serie LECTURAS AL SOL con esta entrada, pero me temo que necesitaré una cuarta entrega para completar mis reflexiones. En la de hoy tiendo un puente hasta la última de ellas tratando humildemente de llegar a la esencia misma de la lectura. Su objetivo, su significado y el resultado de su acción en mí. Con permiso...

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Cuando leí la última frase de El Imperio hice como la mayoría de los lectores: volví al principio para releer las primeras líneas. Siempre lo hago tras acabar un libro, pero no sé por qué, ni tampoco por qué lo hacen los demás. Tal vez sea el intento inconsciente y desesperado de atrapar la felicidad, de evitar lo inevitable, el final, el vacío; y por tanto, la pérdida de algo que creemos, sabemos que ya forma parte de nosotros y querríamos conservar por entero y para siempre, pero sin estar seguros de lograrlo. Por eso nos aferramos a sus páginas haciendo esfuerzos por recordar las frases, los nombres, los lugares… Y no nos decidimos a apartarlo de nuestras manos, temerosos de que se nos escape todo lo que nos ha regalado. Como la madre que acaricia a su bebé, lo abraza y lo besa de modo casi compulsivo. Lo que quiere en realidad es abarcarlo en cuerpo y alma por puro amor. Se suele decir que los libros son para sus autores como los hijos. Seguramente es cierto, pero no lo es menos que también lo son respecto a sus lectores. No del mismo modo del creador y el creado, el dador de vida y la vida nueva —en el eslabón humano de la creación—, sino como las piezas que nos completan y enriquecen, que nos hacen ser lo que somos y lo que hemos llegado a ser. Porque los padres tenemos la certeza de que nuestros hijos son parte de nosotros. Los libros leídos también, incluso aunque alguno nos haya defraudado. Con frecuencia repaso las fotografías de mis hijos, recuerdo anécdotas y vivencias que quiero capturar en mi corazón para siempre. Es lo mismo que hago con los libros que he leído.


Claro que mi experiencia es la de un lector aficionado, como he señalado al inicio de esta serie de artículos. Es posible que los lectores profesionales, los críticos, los devoradores de libros que son capaces de leer varios al mismo tiempo, hayan perdido las sensaciones que describo. Yo no quiero hacerlo. De hecho, confieso que sólo leo los libros que me gustan. Muchos creerán que de este modo traiciono la literatura porque me dejo por el camino grandes obras «que todo lector que se precie debería leer», he escuchado decir a veces a algunos intelectuales. Ya lo he pensado, y mi respuesta es ésta: cuando haya leído todos los libros que me hacen disfrutar y que también son grandes obras (y que, por supuesto, también debería conocer) leeré las otras. Sí, ya lo sé, hay tantos que me faltarán años de vida, pero de eso se trata. Hace mucho tiempo que decidí que la lectura sería para mí una actividad placentera, un trocito de felicidad, incluso cuando en algún momento el objeto sea la búsqueda de conocimiento. Dicho de otro modo, cuando noto que el libro que está entre mis manos me cansa y me supone un esfuerzo alcanzar la siguiente página le doy pocas oportunidades. No lo descarto de inmediato, insisto algunos días más por si se trata de un estado de ánimo personal pasajero o por si el texto me atrapa más adelante, pero si la cosa no mejora en breve el tomo vuelve a su lugar en el estante a la espera de mejor ocasión, si es que llega. Eso no significa que yo haya decidido que el libro es malo, sólo que no es a mí a quien busca, no estamos hechos el uno para el otro, no puedo «adoptarlo»; no en ese momento.



Así que, como iba diciendo, acabé El Imperio y me quedé con ese regusto, mezcla de felicidad y vacío, del que he hablado. Y aún tenía cuatro días de asueto por delante. Afortunadamente, antes de poner rumbo al sur de la isla para pasar la última semana de vacaciones de relax junto al mar y la piscina, tomé la precaución de extraer de la librería de casa un libro más, por si acaso. Hice bien.




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2 comentarios:

Daniel Mercado dijo...

Armando: He vuelto a tener conexión a internet y una de las primeras cosas que hice fue venir a visitar tu blog.
COnfieso que me desanimó lo largo de tus posts y recién a la tercera visita me animé a empezar a leer.
Mi sorpresa ha sido enorme porque no he podido dejar de leer hasta terminarlos.
Un saludo y un abrazo.

Salvador Pérez Alayón dijo...

De nuevo vuelvo al blog. He estado desde finales de agosto en la playa y no he podido estar centrado en el blog, pues allí no gozo de Internet. Sin embargo, aproveché el tiempo para leer. Y leí la bodega y cometas en el cielo. Creo, estoy de acuerdo contigo, que sucede algo de lo que tú comentas en tus artículos. Te sientes atrapado y hasta, una vez acabado, continua en tu interior la vivencia y los valores de lo vivenciado en el libro.
La historia de Josep significa búsqueda de dignidad, de trabajo, de enfrentamientos y sacrificios que persiguen la autentica libertad. Cometas en el cielo fue la respuesta a la conciencia que nos atestigua que nuestro camino no fue el correcto y el deseo y lucha por encontrarlo. Te quedas animado y reconfortado con el compartir de sus historias y las actitudes que provocan en los que buscan también dar respuesta a esa Verdad que llevamos dentro.
Un placer poder compartir contigo,Armando. Un abrazo en CRISTO.