El retorno del viajero

Este blog vuelve a abrir sus puertas de par en par. El nuevo género dispuesto a ocupar los expositores se revuelve inquieto y comprimido a punto de estallar en el lugar de mi mente en el que habitan las ideas, los recuerdos, los sueños, deseosos de escapar de su cautiverio...

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Las vacaciones causan en mí ese efecto. Cuando vuelvo a las actividades diarias que ocupan la mayor parte de mi tiempo -podría llamarlo simplemente rutina, pero no me gusta el tono peyorativo del término- siento el deseo, más acentuado si cabe que el resto del año, de contar mis peripecias. No es que mis vacaciones hayan sido especialmente singulares, de hecho, seguramente podrían definirse como bastante comunes. Incluso, para aventureros y viajeros profesionales como el escritor y periodista Javier Reverte -más abajo se entenderá el porqué de esta alusión- imagino que vulgares. Desde ese punto de vista, el título de esta entrada resulta francamente pretencioso porque de ninguna manera puedo considerarme un viajero al estilo romántico del siglo XIX, ni según el modelo exótico que se está poniendo de moda en nuestros días. Pero es que los viajes a los que me refiero y de los que me siento protagonista tienen más que ver con el alma que con los pies, más con la curiosidad que con el hallazgo, más con el tiempo que con el espacio y mucho más con el empleo del tiempo que con su duración.

Entre otras cosas de provecho, en este último mes leí el libro en el que Javier Reverte narró el primero de sus dos viajes a África en 1992, El sueño de África. Me atrae África. Antes había leído Ébano, del recientemente fallecido periodista polaco Ryszard Kapuscinski y un buen número de artículos y reportajes, además de poner mucha atención cada vez que en los medios de comunicación aparecían noticias sobre el continente negro que lograban superar los filtros de "lo más interesante" de la crónica internacional. El autor madrileño habla con desdén de los turistas, a los que distingue claramente de los viajeros, entre los que naturalmente se incluye y con razón. Para ser elevado a la categoría de viajero por Reverte, hay que invertir varios meses en la empresa, ir preferentemente solo, no tener un itinerario definido de antemano, sacar pocas fotografías y no comprar souvenirs. Me temo que no me ajusto a ninguna de las cinco condiciones, así que soy un vulgar turista. Sin embargo, la lectura de su libro me hizo viajar con la imaginación. Lo hice en la historia de África a través de sus relatos sobre los primeros exploradores, conquistadores y colonos europeos, y a través de los paisajes que él mismo contempló y describió después.

Arriba, una de las bellas imágenes que deja el mar sobre la arena cuando penetra tierra adentro en las rías cántabras, cerca de Comillas

Comparada con la aventura africana de Javier Reverte, mi "escapada" de unos días a Cantabria resulta ridícula. Pero aquí es donde entra en juego la percepción, el ángulo de visión. Nuestra capacidad de asombro ante lo hermoso y distinto por sutil que sea la diferencia, nuestra mirada más honda, capaz de percibir detalles esquivos a ojos menos curiosos, el encuentro con extraños, a veces fugaz, a veces intenso, el deseo de entender y aprender que nos lleva a escuchar, el fascinante descubrimiento de nosotros mismos y de nuestros seres queridos con quienes viajamos ante situaciones nuevas. Viajar es mucho más que explorar y conquistar. O mejor dicho, para explorar y conquistar no es necesario recorrer tierras vírgenes, sortear peligros y contraer malaria; es suficiente con sentir a la vuelta que vamos más cargados que en la ida -no me refiero a los souvenirs- y que han prendido en nosotros nuevos colores, nuevos sabores y nuevos olores con los que seguir enriqueciendo nuestra mirada del mundo.

Más allá de los viajes, las vacaciones sirven, deben servir precisamente para explorar y si es posible conquistar. Lo primero nos permite abrir nuevos horizontes vitales y lo segundo incorporarlos a nuestro patrimonio intelectual, ético, cultural, emocional, o a todos a la vez. Yo no he estado en el Serengeti sino en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, pero no creo que ningún ser humano haya visto jamás ojos tan abiertos como los de mis hijos Daniel y Alejandro observando a los tigres paseando por la pradera, aunque estuviera cercada. Esa es mi conquista.


* Gracias a todos cuantos han pasado por el blog a lo largo de este tiempo de inactividad y a los que han dejado su voto en la encuesta.