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martes, 12 de agosto de 2008

LECTURAS AL SOL (I)



Dani, bajo el agua de la piscina, en vacaciones (Verano 2008)


El verano tiene para mí un encanto que no encuentro en otras estaciones del año, sin duda, y objetivamente, más hermosas. No tiene nada que ver con la meteorología, porque yo vivo en un lugar privilegiado del planeta en el que siempre disfrutamos de una temperatura primaveral. Tampoco guarda relación con el lugar en el que me halle, porque percibo las mismas sensaciones en sitios muy dispares y muy distantes entre sí. Es algo mucho menos poético que las tonalidades del cielo en otoño, la suave brisa y el olor del aire en primavera, o la agradable sensación de contemplar el invierno desde el calor del hogar... Es, simplemente, la dulce sensación de que el paso del tiempo no puede herirme, porque no corro hacia ninguna parte. Sólo camino; ni despacio ni deprisa; o ambas, según el ritmo con el que se encaprichen mi cuerpo y mi mente. No sé hacia dónde, ni me importa. Es el único destino que, por mucho que me empeñe, por mayor sabiduría que adquiera, por más conocimientos que atesore, por infinita experiencia que acumule, jamás conoceré hasta el mismo instante de llegar. Tal vez, ni siquiera al llegar. Son los libros...


Y cabe preguntarse: ¿Acaso sus páginas pierden las letras el resto del año? ¿Es que algún maligno hechizo me impide abrir un tomo cuando no es verano? Por supuesto que no. De hecho, también leo libros en primavera, otoño e invierno; menos, es cierto, pero siempre leo. Y sin embargo, no es lo mismo. La lectura en verano provoca en mí el mismo efecto que el té frío con limón que prepara mi madre, bendita herencia de nuestra Hungría natal. Se desliza por la garganta con suavidad, refrescante, impregnando cada rincón que acaricia con sus mansas esencias, haciéndome saber a su paso que no podré evitar dar el siguiente trago en cuanto el líquido haya dejado de descender. Así es como penetran en mí las historias de un libro cuando las leo en verano. No hay esfuerzo, pero tampoco excesos.


Seguramente no sería así si mi vida fuese distinta, si no tuviera una forma de vida, digamos, tan convencional. Es decir, con esposa, con hijos, con un trabajo de once meses y un período concreto de vacaciones, en mi caso siempre en verano; con todo lo especial que muchos piensan que es ser periodista, trabajar en televisión y más como presentador. No me quejo, no me malinterpreten, todo lo contrario. Sé que soy un privilegiado por tener mi familia, hacer lo que me gusta y vivir de ello. Solo que si fuera, pongamos por caso, artista y soltero, mi percepción del tiempo, y en concreto del verano, sería distinta.




La bodega


E
l viaje literario, que acompañó al turístico, comenzó con una agradable incursión por uno de los mágicos ambientes creados en la mente de Noah Gordon. Escrita sin riesgos por un autor que conoce su oficio y necesita poco, porque dispone de mucho, para atrapar al lector, «La bodega» es un libro fácil de leer. Una historia sencilla —nada que ver con «El Médico» o «El último judío»—, pero con ingredientes hábilmente entremezclados, que sirve de pretexto confesado para relatar desde una perspectiva romántica todo el proceso de elaboración del vino en su modo artesanal, en la Cataluña de finales del XIX. Un texto para disfrutar, como todo lo que sale de la pluma del celebrado novelista de Massachusetts (Estados Unidos), pero en este caso, en mi opinión, sin mayores pretensiones.



El fuego del cielo

Como devoré con avidez las andanzas de Josep Álvarez en «La bodega», me animé a buscar un nuevo título antes de concluir el viaje de diez días que nos llevó este año por tierras del Bajo Aragón. Me hice con una novela histórica de César Vidal que lleva por título «El fuego del cielo», en su edición de bolsillo. Pronto descubrí que, sin proponérmelo, había subido un peldaño la exigencia intelectual a la que me iba a someter. Hasta la fecha, sólo había leído del mismo autor, hace ya muchos años, un interesante ensayo sobre los Nuevos Movimientos Religiosos. Había oído hablar de la pasmosa facilidad que tiene César Vidal para novelar la Historia, pero quedé gratamente sorprendido por la cantidad de ideas, datos, personajes, incluso crítica y opiniones, que es capaz de verter en la acción que describe, sin que ésta pierda ritmo, y sin que el lector tenga la impresión de estar siendo bombardeado con contenidos superfluos. Todo es coherente, redondo. El desenlace, fielmente localizado en la Historia —nada menos que en el año 173 d.C., en la roma de Marco Aurelio—, casa a la perfección con los elementos de ficción, sin someter a nuestra imaginación a esfuerzo alguno. Como defecto, diría que ha sido escrito con celeridad, al menos en apariencia, sin excesiva preocupación por pulir el estilo literario, tal vez de modo intencionado —insisto en que no he leído más novelas del autor con las que poder comparar—, pero sin duda, el conjunto es exquisito. Se nota, por cierto, el perfil cristiano de César Vidal Manzanares, que con esta obra ayuda a redescubrir las raíces de la fe en Cristo, a través de los cristianos romanos. Una gota de agua en el océano de la literatura contemporánea, y, quizás por ello, aún más valiosa.



* «Lecturas al sol» es una entrada que consta de tres partes. En realidad, mi intención era publicarla de una sola vez, puesto que ya está todo el texto escrito, pero al ser demasiado extenso, me he decantado por el formato de las entregas. Es una serie dedicada a libros; pero no solo a los libros. Éstos son la excusa para encauzar algunos de mis pensamientos, que van desde el significado que damos al descanso, hasta la complejidad de entender el mundo en el que vivimos, siquiera la parte geográfica y temporal en la que nos toca desenvolvernos, no hablemos ya de otras épocas distintas de las nuestras; la crueldad sin sentido, el arrepentimiento, la objetividad, las consecuencias de las experiencias vividas, el olvido, la indiferencia, la lengua, la libertad, la supervivencia... Cuatro autores, cuatro libros, sin nada que ver entre sí, sin haberlo planeado, compusieron una hermosa, instructiva y variada sinfonía de lecturas en mis vacaciones de verano. Quiero dejar claro que no soy crítico literario. Me faltan conocimientos que me capaciten para ello, así que mis opiniones al respecto deben leerse exclusivamente como las de un simple lector aficionado. Y me gustaría compartirlo con ustedes.




Siguientes entradas de la serie:




1 comentario:

lojeda dijo...

Bienvenido Armando, al mundo de la blogosfera.
Ya echaba de menos tus escritos.
Me alegro que disfrutes con todo y en todo momento. A mi me pasa igual.
Cada momento de mi vida lo vivo intensamente, sin pensar que podría haber sido mejor o peor. Lo importante para ser feliz es que sepamos valorar lo que tenemos, y disfrutarlo a tope.
Un saludo.