GRISÁLIDA

GRISÁLIDA - Social

jueves, 26 de marzo de 2009

CON ELLA LLEGÓ EL ESCÁNDALO

La campaña contra el aborto recién lanzada por la Iglesia Católica en España ha despertado una indignación sin precedentes en amplísimos sectores de la población. El rechazo está siendo tan violento, que el asunto bien merece un análisis en sí mismo, más allá del debate sobre la cuestión de fondo. Lo más interesante de todo es comprobar la variedad de los motivos que han provocado la furibunda reacción, en algunos casos se diría que opuestos entre sí.

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Imagen tomada de parroquidesandiego.es


Lo primero que llama la atención es que no está demasiado claro si la repulsa es contra el fondo de la campaña, contra su estética, o contra el simple hecho de que la Iglesia se pronuncie públicamente sobre una cuestión moral. Seguramente, todo junto y bien mezclado. Ésa suele ser la receta del éxito, siempre que se juegue con el viento a favor, como es el caso. Pero, aún siendo así, sigue sin ser suficiente para explicar las proporciones de la tormenta que se ha desatado, entre otras cosas, porque parece haber sido espontánea y no orquestada. Ésta es una característica muy a tener en cuenta desde el punto de vista sociológico, cuando hablamos de acciones comunes de un determinado grupo social, sin intervención, al menos directa y aparente de personas que ejerzan de líderes. Tampoco responde al seguimiento de la corriente social del momento, porque ésta no suele provocar confrontación, sino indiferencia.

Así es que, tenemos una acción —la de la Iglesia con su campaña—, una reacción, que es adversa y espontánea, y una pregunta: ¿qué hace que una campaña contra el aborto sea mucho peor recibida que, por ejemplo, la carta pastoral de los Obispos antes de las últimas Elecciones Generales, las manifestaciones convocadas en toda España contra los matrimonios homosexuales, o la oposición de la Iglesia a la investigación con células madre?

«La rabia contenida
durante años por el temor,
irrumpe incontrolado e irracional,
tratando de destruir por
venganza a su carcelero»


En mi opinión, las causas son tres. La primera y más importante es la liberación de los españoles respecto a la Iglesia y la religión, en un país que durante décadas vivió una fe prisionera del miedo a la condenación eterna, inculcada, o cuando menos rentabilizada por una jerarquía poderosa, que ejercía el control moral de la sociedad, sin duda convencida de que esa era su misión evangélica. La Iglesia y todo lo relacionado con ella inspiraban miedo, porque gozaban del favor de los gobernantes del momento y administraban el poder que «recibían» del Creador. No nos podemos hacer una idea de lo que es capaz el miedo inscrito en la mentalidad colectiva y transmitida de generación en generación. Sólo ahora, muchos años después de la llegada de la Democracia, los españoles de todas las capas y ámbitos sociales se atreven a contradecir y desafiar a la Iglesia. Una de las consecuencia de tal «rebeldía» es la que estamos viviendo: excesos, violencia verbal, ataques indiscriminados... Nada que no estemos acostumbrados a leer en la Historia, cuando se han producido liberaciones semejantes de personas, pueblos o naciones respecto a cualquier poder autoritario. La rabia contenida durante años por el temor, irrumpe incontrolado e irracional, tratando de destruir por venganza a su carcelero. En el caso de España y la Iglesia, alentado por el gobierno de Zapatero desde que llegó a la presidencia. Él fue quien creó el clima propicio, ejerciendo de abanderado y marcando los pasos. No es una crítica, sino todo lo contrario, porque, si bien ha abonado el campo para excesos como los que estamos viendo, también está colaborando en la reconstrucción de las comunidades de fe sobre bases más sólidas que la costumbre o el miedo, eso sí, probablemente, muy a su pesar.

La segunda razón también tiene que ver con la Iglesia, pero desde su incómoda y nunca admitida autoridad moral. Por mucho que la mayoría de los españoles rechace a la Iglesia como institución, su opinión sigue teniendo peso. Es curioso que, aunque le gente por lo general no actúe de acuerdo a sus códigos éticos, le gustaría que la Iglesia bendijera su comportamiento. Por eso, cuando no lo hace, se le tacha de intolerante y trasnochada. Lo cierto es que la Iglesia es esa voz molesta y constante —como la de nuestros padres o profesores cuando somos niños, y la de los buenos amigos cuando somos adultos—, que no nos dice siempre lo que queremos oír, sino lo que considera mejor para nosotros y para quienes nos rodean. Es comprensible que nos haga rabiar quien recrimina nuestro comportamiento, sobre todo, si su opinión nos importa.

Y por último, la cada vez más baja consideración social del embarazo y la maternidad. Porque, nos guste o no, el aborto tiene que ver con los hijos. Si hay aborto es porque antes ha habido un embarazo del que, en circunstancias normales, hubiera florecido una criatura. Pero sucede que la maternidad no es un valor destacado en nuestra sociedad, y mucho menos el estado de embarazo. Una molestia «innecesaria» —cuando además es más cómodo «comprar»/adoptar niños en China—, casi una enfermedad que interrumpe nuestro modo de vida y puede entorpecer la progresión profesional de la «afectada». Esta mentalidad está tan extendida y ha calado tan hondo entre los jóvenes, que se habla del aborto con una ligereza y frivolidad alarmantes, incluso para quienes no consideran al feto un ser humano.




* Y hablando de frivolidad, sigo esperando respuestas al post anterior. Todo tiene un porqué...


6 comentarios:

Miguelo, sc dijo...

Coincido con tu diagnóstico. Aunque el rencor y la respuesta violencia contra la iglesia viene de más atrás en la historia, y no sólo en España sino en todo el mundo...

Es cierto que tanta reacción adversa ha provocado que las comunidades de base empiecen a reafirmarse y a levantar tímidamente su voz. ¡No hay nada como bajar a las catacumbas y ser perseguido para regresar a los fundamentos de la propia fe y volverla más auténtica! Y la persecución en nuestro país se concreta en una mordaza virtual y en el escarnio y la lapidación pública cada vez que un católico abre la boca... En nuestra democracia parece que todo el mundo tiene derecho a hablar menos los católicos.

Sobre la campaña, a lo mejor está teniendo éxito, y quizás sea ése el motivo por el que esté generando tanto rechazo. Desde luego, su objetivo de lograr impacto social está más que conseguido, y no creo que haya persona en este país que no hay visto el cartel. Los que rechazan la idea buscan más el desprestigio de quien lanza la campaña que la puesta en valor de sus propios argumentos, y eso suele ser síntoma de que no se confía demasiado en ellos a la hora de debatir.

Si no me equivoco, es la primera vez que la Iglesia lanza una campaña con argumentos e ideas entendibles y asumibles tanto por personas creyentes como no creyentes: ¿Acaso la vida humana vale menos que la de un animal protegido?. En otras ocasiones, sus argumentos parecían más dirigidos al colectivo de los creyentes, utilizando la moral natural, la dignidad que Dios otorga al ser humano como motivo para no destruir la vida... Y en unos tiempos en que impera en determinados sectores quizás mayoritarios el relativismo moral, el agnosticismo e incluso el rechazo a Dios, esos mensajes no calaban en absoluto...

Te recomiendo la lectura de esta entrevista. Es una seglar claretiana como yo.

http://www.abcdesevilla.es/20090326/sevilla-sevilla/aborto-negocio-asesinato-cientificamente-20090326.html

Un fuerte abrazo

Paz en la tierra dijo...

Muchas gracias por el articulo. A mi también me encanta la campaña de la Conferencia Episcopal. Y creo que si es tan polémica es sobre todo por lo mucho que da en el clavo. Además, estéticamente está muy bien hecha, y seguro que dará que pensar a muchos que tanto se burlan de ella o la critican.
Gracias tu blog. Un abrazo y que Dios te bendiga

Salvador Pérez Alayón dijo...

Creo que hay mucho de hablar y muy poco de razonar y ser coherente con lo que se cree. Defendemos nuestros derechos y que cada cual haga lo que quiera con su cuerpo, pero olvidamos que, en el caso del aborto, hay otro ser, que vive en el seno de su madre, y tiene también sus derechos. Y eso no lo defendemos, sin embargo, penalizamos no proteger o matar a un animal. ¿Es esto cosa de una civilización humana avanzada? ¿O mejor se trata de una civilización animalizada y pervertida? ¿Qué derechos defendemos? ¿Simplemente los nuestros? ¿Y los de los demás?
Una vez más, la Iglesia sale en defensa de los más indefenso, marginados, y en este caso, aquellos que no tienen voz, ni pueden decidir nada por ellos mismos.
Un abrazo.

Mundy dijo...

Salvador:

El mensaje que nos enviaste entro en otra dirección y no lo podemos descargar para publicarlo, ¿podrias reenviarlo a labarca@ymail.com ?

Saludos

Anónimo dijo...

Yo no creo que dios exista, pero si existiera, no tendría perdón de dios.

Anónimo dijo...

Escribir "dios" en minúscula, en referencia al Dios de los creyentes de religiones monoteístas, no es un signo de rebeldía, agnosticismo o ateísmo, sino de incultura; es una falta de ortografía. Yo no creo en Papá Noel, pero va en mayúsculas, me guste o no.